divendres, 3 d’agost del 2012

Entonces, qué?

En los momentos en que los sentimientos de frustración,  impotencia y rabia se agudizaban, se sentía impelido a encontrar la  manera, la más simple y rotunda  forma de resarcirse de esa indeterminada banda de hijoputas que habían dado al traste con cosas como el bienestar, el presente y el futuro. En el clímax  del  rencor,  contemplaba la fantasía  de  una milicia articulada, ofensiva,  incombustible; el campo de batalla más propicio, la estrategia más eficaz. Él no se sentía indignado por todo lo que pasaba, sino vencido. Vencido por un enemigo que era, por su magnitud y complejidad, inconcebible para él.  Vencido, no convencido: no estaba dispuesto a seguir a nadie que le prometiera sangre, esfuerzo, lágrimas y sudor; quienes hacían esto eran parte de esa magnitud compleja, inconcebible y vencedora. En su condición de vencido, sentía la necesidad de integrarse en un movimiento de resistencia. Pero eso le parecía imposible. El primer impedimento para que ese movimiento surgiera era la gente como él, con su rabia, su rencor, sus fantasías; el segundo impedimento era la gente ilusionada con el callejero, multiforme, desorientado y único movimiento popular, el cual le recordaba demasiado el desenfado de la espuma de la cerveza. El tercer impedimento era la gente confiada, convencida, creyente de que los sacrificios impuestos por el gobernante de turno  nos devolverían lo perdido, o bien creyente de que,  con huelgas y  manifestaciones, manifiestos o pronunciamientos, evitaríamos algo. Vencidos, no convencidos. No había lugar para la fantasía, la ilusión o la confianza. Entonces, qué?.
Si es necesario defenderse o luchar, en primer lugar hay que identificar el enemigo. Es imprescindible saber quién o qué te está jodiendo. En segundo lugar, hay que renunciar a las fantasías, las ilusiones y la confianza. Las fantasías  son procesos subjetivos, ideales, inútiles, una paja mental que no sirve para nada. La ilusión, el entusiasmo, es una mierda de virus que infecta la acción y la debilita de manera que, cuanto mayor es el entusiasmo o la ilusión que  ponemos en un empeño, menor es nuestra capacidad de resistencia a la adversidad. La falta de entusiasmo (el simple convencimiento) nos hace incombustibles. En cuanto a la confianza, confiar en quién, en qué?. Es evidente  que no se puede confiar en  los procedimientos de que, supuestamente, nos hemos  dotado para regular nuestra vida social. Nuestros  órganos de representación (políticos o sindicales) no sirven de nada:  obsoletos en unos casos; en otros, inmaduros o corruptos; y en otros casos inoperantes o simplemente inexistentes. Tampoco podemos confiar en la utilidad de las armas defensivas que nuestras normas de convivencia nos reconocen: de qué nos sirve hoy una manifestación,  una huelga general?.
 Entonces, qué?.